Redacción | Desde el Caribe |
El extenso retrato publicado por The New York Times, encabezado por el periodista Jack Nicas, va mucho más allá de un perfil individual. En realidad, funciona como un termómetro político que mide cómo se percibe hoy a México desde Washington. El mensaje implícito es contundente, Omar García Harfuch se ha convertido en la pieza clave de la estrategia de seguridad del gobierno de Claudia Sheinbaum Pardo.
No es casualidad. Para Estados Unidos, Harfuch representa orden, interlocución técnica y previsibilidad. Para México, encarna el viraje más claro respecto al sexenio anterior, el abandono del discurso moralista y la adopción de una lógica de inteligencia operativa.
La narrativa de los “abrazos, no balazos” quedó archivada. En su lugar emerge un modelo pragmático, centralizado y frío.
Harfuch es descrito como un auténtico “zar” de la seguridad, alguien que ha logrado concentrar mando, información y capacidad operativa como no se había visto en décadas.
Su fortaleza descansa en tres pilares fundamentales; primeroprivilegiar la inteligencia sobre la confrontación directa; segundo, unificar corporaciones que antes competían entre sí y hoy operan al menos en el papel bajo una misma lógica; y tercero, cerrar el círculo con el sistema judicial, para que las detenciones no se diluyan en expedientes mal armados.
El gobierno federal presume una reducción significativa en los homicidios diarios. Sin embargo, analistas independientes matizan el optimismo, la baja existe, sí, pero es menor a la presentada oficialmente. Y mientras los arrestos y el desmantelamiento de laboratorios se multiplican, otros delitos avanzan en silencio.
La extorsión, el secuestro y las desapariciones muestran incrementos preocupantes. La paradoja es evidente, menos asesinatos contabilizados, pero más miedo en las calles. La percepción ciudadana de inseguridad sigue creciendo, y los eventos de alto impacto refuerzan esa sensación de vulnerabilidad.
En el plano internacional, Harfuch ha logrado en poco tiempo, convertirse en el traductor político y técnico entre México y Estados Unidos. Su perfil ha reactivado canales de cooperación que estaban congelados, desde intercambio de inteligencia hasta vigilancia aérea conjunta. Para la Casa Blanca, es un
interlocutor confiable; para México, un escudo ante presiones externas y discursos de intervención. Pero el riesgo es alto. El propio reportaje advierte sobre el llamado “efecto cucaracha”, golpear con fuerza a una
organización criminal puede fortalecer a otra.
El debilitamiento del Cártel de Sinaloa parece haber abierto espacio al avance del CJNG, reconfigurando el mapa criminal sin resolver el problema de fondo. Más que un secretario, García Harfuch opera como eje central donde confluyen seguridad, inteligencia financiera y procuración de justicia.
La colocación de perfiles cercanos en áreas estratégicas de la FGR, el CNI y la UIF ha dado forma a un bloque compacto, diseñado para operar sin filtraciones ni rivalidades internas. Su principal capital no es solo operativo, sino político, la confianza plena de la Presidenta y la validación tácita de Estados Unidos. En ambos lados de la frontera hay una certeza compartida.
Aquí surge la incomodidad dentro de la propia 4T. No todos ven con buenos ojos a un personaje con tanto poder acumulado. Las resistencias internas existen y son profundas. Aun así, hoy por hoy, Harfuch es el funcionario con mayor peso específico después de la Presidenta. Las especulaciones rumbo al 2030 ya circulan, alimentadas por encuestas, análisis y ahora también por caricaturas políticas que lo retratan como un “supersecretario” o un “zar blindado”.
El verdadero examen de García Harfuch no será electoral. Será demostrar que esta estrategia de concentración, inteligencia y fuerza selectiva puede realmente doblegar a estructuras criminales que han sobrevivido sexenio tras sexenio. Si no lo logra, el “zar” quedará como una apuesta audaz… pero incompleta.
Y esa, quizá, es la mayor lección que deja la imagen del Times, el mundo observa, México evalúa y el tiempo corre.
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