La explicación oficial es casi tierna; visitar a su madre en Ixtapan de la Sal, pero seamos serios, un expresidente no pisa México, después de casi una década, sin que se enciendan todos los radares. Su retorno ocurre justo cuando el clima político hierve, los pactos se reacomodan y los expedientes “olvidados” continúan respirando bajo la alfombra institucional.
Y él, fiel a su estilo, vuelve sin decir palabra, ni una declaración, ni un gesto político abierto… solo presencia. Y a veces eso basta para mover recuerdos no tan lejanos. Meses atrás ya lo había insinuado:
—“Me interesa regresar… no sé si de manera permanente.”
—“Mi carrera política ya concluyó.”
¿Sinceridad? ¿O parte de la narrativa de siempre?
Porque este “viaje familiar” huele menos a nostalgia navideña y más a una jugada milimetrada.
Mientras tanto, Peña Nieto permanece callado, pero el ruido lo hace su sombra. Bastó su llegada para alterar especulaciones y el tablero político sin pronunciar una sola frase. Y aquí surge la verdadera pregunta, la que no está en los boletines ni en las redes:
¿Regresó solo para un abrazo… o para revisar cómo quedó el campo de juego?
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