Redacción | Desde el Caribe |
En política, nadie se va cuando quiere, se va cuando lo dejan.
Gerardo Fernández Noroña pidió licencia al Senado. Oficialmente, lo hace “por motivos personales”. En la práctica, todos en la Cámara Alta saben que no fue decisión propia. En política, nadie se va cuando quiere, se va cuando lo dejan.
Desde hace semanas, el ruido era ensordecedor. En Palacio Nacional ya no lo soportaban. El escándalo por su mansión de 12 millones de pesos en Tepoztlán, los vuelos en primera clase, los aviones rentados para sus giras políticas, y su ostentoso estilo de vida eran un insulto para la narrativa de la “austeridad republicana y pobreza franciscana”. del compañero expresidente AMLO.
El “compañero del pueblo” terminó viviendo como potentado. Su salida era cuestión de tiempo. El alto mando decidió bajarle del caballo antes de que reparara y se convirtiera en un problema mayor. Y vaya si ya lo era.
En Washington, incluso, se comenta que existe una investigación abierta por presunto lavado de dinero y vínculos financieros turbios, y que su visa estadounidense habría sido revocada junto con las de otros políticos mexicanos con fortunas difíciles de explicar.
Lo irónico es que el azote del neoliberalismo cayó víctima de sus propios excesos. Noroña fue durante años la voz más ruidosa del discurso moralista de la 4T, el enemigo del lujo, el defensor del pueblo, el crítico feroz de los “privilegios del poder”.
Y sin embargo, el poder devoró a aquel hombre que presumía dignidad y congruencia hoy se refugia en una licencia “temporal” y promete una conferencia “importante”. Pero lo realmente importante no es lo que dirá, sino lo que no puede explicar, cómo amasó en un año una fortuna suficiente para comprarse una mansión en Morelos, mantener vuelos privados y llevar una vida que ni los empresarios que tanto critica podrían sostener.
Las advertencias desde Palacio fueron muchas. Se le pidió prudencia, discreción, coherencia. Noroña desoyó todas. La rebeldía, convertida en soberbia, terminó aislándolo. En su propio partido y en los aliados que lo soportaban ya nadie quería cargar con él.
Y así, el “austero” de Tepozlán cayó, sin enemigos que lo tumbaran, sin conspiraciones del “bloque conservador”, sin persecución política. Cayó por sí mismo, por su propio peso y por el de su ego. La Cuarta Transformación acumula ya demasiados cadáveres políticos. Primero fue Adán, luego Monreal; ahora, Noroña.
Y más de uno se pregunta si Adán Augusto será el próximo en la lista, otro que en el Senado ya huele a declive. Noroña quiso jugar al rebelde, pero terminó siendo el recordatorio de que la austeridad no se predica, se practica. Porque en política, los discursos se agota pero los lujos, dejan huella.
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