“El aire que mató”; los ventiladores Philips que enfermaron a México



Redacción | Desde el Caribe | 

En los días más oscuros de la pandemia, cuando no había vacuna y miles de mexicanos morían cada semana, el país recibió lo que parecía un respiro, una donación de dos mil ventiladores de la empresa Philips. Hoy sabemos que ese aire, el que debía salvar vidas, pudo haberlas quitado.

Ventilador E30 MARCA : Philips

De acuerdo con una investigación de SinEmbargo.mx, Philips México entregó miles de ventiladores E30 al Gobierno federal y a hospitales privados en medio de la emergencia sanitaria, a sabiendas —según señalan las denuncias de que sus equipos liberaban gases tóxicos y partículas cancerígenas. Lo más grave, las autoridades sanitarias mexicanas fueron advertidas desde 2021, cuando la Agencia Federal del gobierno estadounidense que protege la salud pública de alimentos, medicamentos, cosméticos y dispositivos médicos FDA estadounidense clasificó el retiro de estos dispositivos como “Clase I”, es decir, con riesgo de muerte.

El caso ha escalado a una demanda colectiva ante la Fiscalía General de la República, presentada por familiares de pacientes fallecidos y sobrevivientes que hoy acusan a Philips de negligencia criminal. Pero la tragedia no se limita a una empresa; es también un espejo de la fragilidad institucional del Estado mexicano frente a las crisis.

Durante la pandemia, la prisa por atender la emergencia justificó decisiones desesperadas. Sin embargo, una vez pasada la tormenta, el deber del Estado era revisar, investigar, corregir. No lo hizo. La COFEPRIS tardó más de cuatro años en ordenar la inmovilización de los ventiladores defectuosos, mientras otros países Estados Unidos, Francia, Canadá retiraban los aparatos, imponían multas y exigían compensaciones.

Esa diferencia no es casualidad. Es la consecuencia de una cultura política que privilegia la improvisación sobre la prevención, la lealtad sobre la responsabilidad, el olvido sobre la reparación.

La salud pública se gestionó en la oscuridad burocrática, sin transparencia ni seguimiento. Hoy, la indignación llega tarde, y la reparación aún más.

Philips asegura haber actuado “de buena fe” y culpa a su distribuidor de no informar dónde están los equipos. Pero esa excusa suena hueca frente a los hechos, si una empresa internacional no puede garantizar la seguridad de sus productos en México, es porque el país se lo permite.

Aquí no hubo supervisión, ni control, ni rendición de cuentas. Solo víctimas. El aire que debía dar vida se volvió veneno. Y en ese aire tóxico respiramos, todavía, la impunidad de un sistema que normaliza el dolor y posterga la justicia.

Un recordatorio de que mientras las instituciones mexicanas no asuman su deber de proteger la vida por encima de los intereses comerciales, seguiremos respirando el mismo aire contaminado de negligencia, corrupción y olvido.

 

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